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Nikki Slick, un “patito feo” de la industria perforada por detrás

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Más allá de la mojigatería propia de seres que se aburren, o que son rematadamente imbéciles para pretender prohibir algo lícito con lo que no comulgan, el porno es para dar alegría al cuerpo, para darse un alivio cuando la interacción sexual con otra persona no es posible o, simplemente, se prefiere, en un determinado momento, —o en muchos— disfrutar uno mismo del placer sexual con la ayuda de una pantalla, sin compañía ni acuerdo con otra parte implicada; sin ningún tipo de trámite, en definitiva. En este sentido, los gustos pueden variar mucho entre el público, por lo que intentamos que casi todas las preferencias queden cubiertas, aunque es lógico que abunden las chicas que se ajustan a los cánones físicos predilectos por la mayoría. El caso de hoy se aleja de esas convenciones estéticas. Se hace llamar Nikki Slick, una chica con las cejas pobladas y con aspecto tosco, incluso con cierta masculinalidad, pero que no le impide trabajar para un sello con enjundia como Evil Angel para que le taladren el culo. ¿Por qué? Porque tiene su público, porque todos nos hemos fijado en algún momento en alguien que para la mayoría ha pasado desapercibida, o que, directamente, para el común de los mortales no es atractiva.