La cosa arranca con aires de película sensual; con cámara lenta, planos que se detienen en los escotes, en los pezones tensos bajo los vestidos y en esas miradas que ya anuncian que el ritual va a acabar en gemidos. Violet Voss, vestida como una diosa del pecado exuda erotismo, y Millie Morgan y Octavia Red caen rendidas ante ella como dos discípulas del placer, explorando cada rincón con devoción. Lo que sigue es una clase magistral de adoración corporal con caricias, besos, tetas y lenguas en perfecta armonía. Un ballet húmedo donde cada jadeo es parte de la partitura. Pero el golpe final —y nunca mejor dicho— llega con el triángulo oral: las tres entrelazadas, lamiéndose como si buscaran invocar a la diosa del sexo.
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