Exactor porno con experiencia en ambos lados de la cámara, Ike Diezel lo tiene todo medido al milímetro, desde la preferencia por el Pjur (lubricante) hasta qué tipo de música poner para que el polvo fluya con ritmo. ¿Heavy metal en plena mamada? Por qué no. ¿Synthwave para el post polvo? Pues tampoco le hace ascos. El tipo se levanta a las 5:30 de la mañana, pero no para empezar a rodar, sino para mirar el precio del oro y la plata. El sexo empieza a las 10:30, porque a ninguna mujer le apetece follarse a un extraño a las siete de la mañana, dice con una lógica aplastante. Come filetes como si el porno dependiera de las proteínas, se pasa por el gym antes de cada rodaje y luego se va a hacer jiu-jitsu para descargar tensiones que no son precisamente sexuales. Pero ojo, que aún se marca algún POV de vez en cuando: “Lo hago mejor que la mayoría”, suelta, con ese ego magnificado por años de experiencia. Prefiere sets con pocas personas y prescinde de los amateurs detrás de la cámara y en la cama. Eso sí, trata a sus actores y actrices con mimo: los limpia con toallitas, los acompaña al coche y luego se pira a su casa a hacer cuentas mientras escucha metal y acaricia a su perra rescatada. Diezel no solo graba sexo, lo organiza como una sinfonía de fluidos, egos, luces y contratos. El porno para él es más que meterla y filmarlo, es logística, técnica y una buena dosis de actitud gamberra. ¿Su lema? Que parezca que están todos de fiesta, aunque haya tres cámaras grabando cómo alguien se corre.
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