Más que una actriz, Isabel Sarli era un fenómeno extraordinario; la yegua argentina por excelencia. La mujer que, con solo aparecer, hacía que medio país se santiguara y el otro medio se tocara. Fue Miss Argentina en los 50, con curvas que desafiaban la física del celuloide y dos razones tan evidentes que todavía hoy los cinéfilos discuten si eran naturales o directamente una bendición divina. Fue la primera mina en mostrar concha en el cine argentino, y ahí explotó todo.

Cada vez que aparecía en pantalla en bolas, los censores se agarraban la cabeza y los curas entraban en modo alerta roja. Sus películas se prohibían y se retiraban, se perseguían. Por supuesto, eso solo lograba que todo el mundo las quisiera ver más. Tanto ruido hizo que hasta Hammer Films —los mismos que hacían Dráculas cada dos semanas— la quisieron para The Two Faces of Dr. Jekyll. Ella dijo que no, porque a Isabel Sarli le ofrecías Hollywood y contestaba “no, gracias, mi culo se queda en Argentina”. El cine argentino antes y después de ella no es el mismo.









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