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Janice Griffith y su amor desenfrenado por las pollas grandes

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La pequeña Janice Griffith lleva la friolera de 10 años ininterrumpidos trabajando en el circuito pornográfico yanqui, desde que con 18 años, recién cumplidos, contactó con el libertino James Deen y le perforara el esfínter nada más salir de fábrica. Un debut en el que la comunidad pornófila se apresuró en etiquetarla con adjetivos poco alagueños: saco de huesos, pequeña o racialmente ambigua delataban sus pequeñas imperfecciones. Sin embargo, la respetada starlet neoyorkina supo abrise paso por el porno contemporáneo sin la necesidad de ajustarse a los cánones anatómicos de las actrices. ¿Cómo lo hizo? Pues poniendo de moda los cuerpos con poca chicha que se dejan penetrar por cipotes imposibles. 

Tras su endeble apariencia física de chica sin apenas carne en pechuga y muslos, sobresalía su peculiar simpatía contagiosa y una aptitud descarada para todo tipo de marranadas sexuales. De ahí su trayectoria trufada de éxitos, desde participar en el refinado estudio Vixen, hasta pasar por el sofá de Rocco Siffredi o vérselas con la anaconda negra del afroamericano actor Dredd. Lo que en un principio era una constitución enjunta desprovista de belleza la supo transformar en una sexy delgadez del todo natural.

Hace pocos días se la vió dando tumbos por la todopoderosa productora Brazzers y tenemos que decir que mantiene exactamente igual su atractivo original, es decir, su entusiasmo adolescente y ese coñito apretado que forma parte de los beneficios de tener sangre indo-caribeña (padre indio y madre guyanesa). De hecho, no tuvo ningún reparo de enfrentarse al rabo desaforado del inglés Danny D, así como tampoco al de Keiran Lee.